giovedì 23 febbraio 2006

Novela de una quiniela

me volví a sentar al siguiente día en la misma mesa, esperando como quien quiere que ocurran las mismas cosas del día anterior, porque así funciona el cerebro humano. Cuando se siente bien, repite de forma estupidamente ilogica cada particular, como presumiendo poder arrestar el tiempo, y no concediendo la simple cronica del fluir de los eventos.

Me encantaba escuchar esas conversaciones. Captaba preguntas en un lengua y respuestas en otra, que no tenían conexión ninguna las unas con las otras. Me preguntaba cuales podían ser los intereses comunes de aquellas tres generaciones que mezclaban tantos hablares.
Mi deseo era el de hallar un lugar en el que no podía interpretar la lengua de los que estaban a mi alrededor. Tantas palabras, palabras, palabras, pero ningún significado explicito. Era entonces cuando el corazón quería sentir. Sentir todo lo que las neuronas no podían recepir.

Agaetys, me parecía escuchar, Agaetys! Mas que idioma hablas? preguntaba suplicando mi cerebro. Todo el mundo se reía, y después de un instante de privada irrupción, las imagenes externas empezaron a circular: dos gemelos paseandose en un tren fugaz, un bello y joven cubano en la obscuridad de su piel, coches, hombres colgando de los cables de la electricidad .

Spanika, Spanika se oía. No entendía nada. Y eso era lo interesante: cuando la mente ya no puede entender, el corazón despierta.

Era la segunda vez que me saludaba, pero hoy era un día diferente, y el saludo no era el mismo. Yo no paraba de mirar el dibujo que tenía en el corazón, las nubes bajas, y los benjamines.
Los curdos cantaban desafinando, borrachos de leche. El reía, y su boca era grande.

Se levantaron.
Ciao me dijo, antes de marcharse.